Camila Guerrero
Camila Guerrero es profesora de danza, bailarina, danzante afro y chinchinera. Habitante de Valparaíso desde 2017, donde ha gestado y desarrollado su proyecto pedagógico y de creación, llamado “Fuerzas de la Naturaleza”.
Su primer acercamiento a la danza afro ocurrió a sus 16 años, en un taller de danzas de Orixás que impartía Claudia Munzenmayer en el centro cultural Balmaceda Arte Joven. Allí se enamoró de estas danzas, ya que sintió una fuerte conexión con su espiritualidad, lo que la motivó a seguir su camino de aprendizajes a través de diversas formaciones en torno a la danza afro, así como a tomar la decisión de entrar a estudiar la carrera de danza en la Universidad Arcis, entre 2006 y 2009. Como relata Camila, durante ese tiempo en la institución no se daba el ramo de danza afro, y tanto las danzas afro como las danzas mestizas estaban ausentes del currículum. Al mismo tiempo, había poca apertura hacia la diversidad corporal en la carrera. Relata que por esos años era bastante rígido el estereotipo que regía sobre los cuerpos danzantes, en línea con los lenguajes dancísticos de carácter occidental que dominaban la formación en danza. Tal distancia con las danzas enraizadas en este territorio, así como la poca inclusión del carnaval y la danza callejera como posibilidades de desarrollo y estudio, llevaron a Camila a sostener sus propios caminos de formación e investigación de forma independiente y paralela a la carrera universitaria.
También en el 2006 se integra a la Escuela Carnavalera Chinchintirapié, y continúa estudiando con Claudia Munzenmayer de forma permanente en sus talleres, en el 2010 se integra a la Compañía Mestizo, agrupación dirigida por la misma maestra. Así Camila pudo seguir nutriendo el impulso y conexión con las experiencias que fueron detonantes en su decisión de dedicarse a la danza y delinear el camino que la llevará a convertirse en danzante afro y chinchinera.
Habiendo finalizado la carrera de danza y después de varios años de permanencia en las agrupaciones mencionadas, Camila decidió realizar un viaje para profundizar sus saberes, iniciando un itinerario de 4 años con el objetivo de involucrarse con las danzas desde sus territorios de origen, acercarse a las raíces y vivir el contexto de la negritud.
El primer país donde viajó fue Colombia (2013), donde estudió con diferentes agrupaciones en Bogotá, Cali, Medellín y, por último, Cartagena de indias, donde vivió 5 meses.
“En este territorio había mucha danza en lo cotidiano, entonces se podía aprender con muchas personas comunes, sin la necesidad de estar en escuelas de danza, las personas eran muy generosas y valoraban el interés de una chilena por aprender sus danzas”.
Además de tocar el chinchín para financiar su estadía en los distintos territorios, Camila se había propuesto ofrecer intercambios de clases de danza contemporánea a quienes le dieran clases de danzas afro, pues no tenía dinero para pagar por ellas. No obstante, de parte de algunas instituciones a las que se acercó, tales como el Colegio del Cuerpo en Cartagena de Indias, no hubo mucha apertura a esta propuesta de intercambios. Su suerte fue distinta con agrupaciones callejeras, tales como el grupo Candilé, una corporación cultural con 20 años de trayectoria, territorializada en el barrio chino de Cartagena y que integraba la danza como herramienta de inclusión para jóvenes en riesgo social. Para Camila fue muy importante observar y comprender el profesionalismo y pasión con la que trabajaban: ensayaban 4 horas todos los días, en el patio de un colegio, con piso de tierra, sin dejarse amilanar por las circunstancias. Camila estuvo viviendo con ellas/os 3 meses aproximadamente, aprendiendo un repertorio amplio de danzas afrocolombianas con las que realizaban presentaciones en diversas instancias y carnavales. Incluso, en tres ocasiones participó como parte del elenco del grupo.
Además de su relación con Candilé, durante el año que pasó en Colombia Camila tuvo diversos encuentros con personas que le abrieron el camino que andaba buscando. Principalmente, se trataba de personas que se dedicaban a la música y danza afro en grupos pequeños y más bien familiares, lo que le permitió construir una mirada diversa y muy local de la cultura danzaría de Cartagena, específicamente. Le impresionó que las personas bailaran con pasión y disciplina, no solo por el lucro o venta de producciones artísticas, sino que desde el impulso de proteger y difundir sus raíces culturales.
Aunque Camila estaba muy agradecida por esos aprendizajes, pasado un tiempo sintió cierta incomodidad con las relaciones de género en ese contexto. No solo sentía contradicciones respecto a la representación de los roles femeninos en ciertos repertorios, roles que eran acotados a la sensualidad o a juegos de cortejo y otras expresiones heteronormadas, sino que también chocó con la manera en la que esos roles ocasionalmente se traspasaban a la vida cotidiana, generando tratos machistas, cuestionamientos hacia maneras diferentes de habitar el cuerpo femenino, como el hecho de no depilarse o no maquillarse, y sobre todo situaciones de acoso, las cuales estaban muy normalizadas en el contexto caribeño de ese entonces y con las que Camila entró en contradicción, por lo que decidió continuar el viaje.
En 2014, Camila llegó a Salvador de Bahía, donde por tres meses se dedicó a estudiar el idioma y trabajar para sortear el cotidiano, aunque su principal objetivo era aprender danzas de orixás en los terreiros. Ahora bien, al poco andar se dio cuenta que muchas de las instancias de clases eran diseñadas para turistas, aprovechando el comercio en torno a estas prácticas y, al mismo tiempo, como una estrategia para proteger la religiosidad. Desde estas reflexiones decidió que no iba a ir a una ceremonia de candomblé hasta que fuese invitada.
Llegó el momento en que un amigo cercano que se estaba iniciando la invitó a una ceremonia, y allí pudo ver por primera vez a una persona montada por el santo y conocer el ritual. También conoció por primera vez a una Mãe de santo. Sintió que ese era el camino al que estaba llamada, pues deseaba aprender desde un lugar más espiritual, y se contactó con una Mãe de santo para pedir guía de cómo enfrentar su camino. Así fue comprendiendo las obligaciones de la religión y el respeto a sus símbolos. En ese andar se encontró con la maestra Vera Passos, quien fue la primera profesora que, además de enseñar los pasos de las danzas, le iba entregando saberes acerca de los significados y símbolos del movimiento. Así que se quedó todo el año allí estudiando con Vera y se forjo una importante relación entre ellas.
Luego, Camila siguió viajando hacia el norte, a Belem do Pará, donde se quedó un año y medio. Se trataba de un lugar donde la cultura afro estaba mezclada con la cultura amazónica, por ejemplo, en el culto de los caboclos o la religión de la encantaria. Este territorio le amplió mucho la mirada por los cruces culturales que allí se daban, por ejemplo, en las fiestas, donde también montaban entidades gitanas, e incluso una Mãe de santo la invitó a tocar chinchín dentro de la fiesta. En este contexto, Camila pudo dar una clase de afrocolombiano, y fue construyendo una relación muy cercana con el terreiro. Como recuerda Camila, fue encontrando objetos de protección que le ayudaban a habitar estos aprendizajes y experimentó encuentros con las energías-entidades-Orixás que le hicieron comprender la profundidad de estas danzas, la apertura de canales de comunicación con otras energías que se hacían presentes en los ritos. Todo ello decantó en un profundo respeto por esta religiosidad y la comprensión de que se trata de un camino de aprendizaje bello, pero también complejo, donde se transforma necesariamente la propia visión de mundo.
Posteriormente, Camila también viajó al Recôncavo bahiano, donde presenció una ceremonia a Pomba Gira. Tales experiencias la llevaron a comprender que en el contexto ritual el cuerpo es habitado por otras energías, a través de las cuales se transforman los movimientos. La danza se apodera por completo de esos cuerpos y se transforma también el lenguaje de las personas. Estas vivencias reafirmaron la certeza de Camila en cuanto a que su conexión personal con estas danzas se impulsa desde un lugar espiritual, y no así en la búsqueda de ser “la mejor” bailarina. En consecuencia, asume el estudio permanente de estas danzas y su acuerpamiento desde un lugar de respeto, admiración y cuidado. Por lo mismo, decidió no iniciarse en la religión, sino que buscar también en la propia espiritualidad y en sus propias raíces mestizas, para poder resignificar sus aprendizajes.
Después de 2 años y medio viviendo en Brasil, Camila volvió a Chile e inició el trabajo de encontrar los vínculos entre la danza contemporánea, la labor creativa/pedagógica y los saberes de su viaje, respondiendo a la necesidad de desarrollar una práctica danzaria donde pudieran dialogar todos los aprendizajes que ella consideraba significativos. En 2017 se radica en Valparaíso y comienza a construir su metodología de clases y experimentación creativa. Así nace “Fuerzas de la Naturaleza”, proyecto pedagógico y creativo al que se dedica en la actualidad, y desde el que está gestionado la realización de seminarios impartidos por maestras/os como Claudia Munzenmayer, Evens Clercema y Vera Passos en Valparaíso, alimentando la posibilidad de formar una escuelita donde desarrollar y compartir saberes en torno a las danzas Afro.
Entrevista realizada de manera virtual, 8 de noviembre de 2022