Comunalidades

Por Ricardo Amigo

Para muchas/os de quienes las practican, las danzas de raíz africana evocan un imaginario de la comunidad. Experiencias como el baile en rueda —o, al menos, en grupo—, la interacción dialógica entre la música y la danza, así como la referencia simbólica de muchas danzas, especialmente de danzas del oeste africano, a la vida en comunidad reafirman la noción que la danza afro enfatiza lo colectivo por sobre lo individual. Sin duda, este imaginario tiene sus raíces en la importancia que históricamente tuvieron —y continúan teniendo— la música y la danza para la reproducción de la memoria, de los lazos comunitarios y de los vínculos con espíritus y deidades en muchas comunidades de África y su diáspora. En otras palabras, es en la comunidad misma en la que reside la fuerza vital y espiritual que le da un significado existencial a las danzas de raíz africana.

Guardando las proporciones, creemos que también en nuestros territorios la danza afro ha generado experiencias y prácticas comunitarias. Por una parte, por supuesto, en las comunidades afrodescendientes del extremo norte de nuestro país. Pero también, en lo que nos interesa, entre las personas y grupos que practican danzas de raíz africana en ciudades como Concepción y Valparaíso. En estas y otras ciudades, donde la danza afro se ha arraigado desde hace ya varios años, es recién a través de esta práctica que muchas/os danzantes se vinculan con una ancestralidad  africana negada por los relatos oficiales.

Las formas de relacionarse de las/os danzantes y sus relatos dan cuenta de la emergencia de distintos sentidos y niveles de lo comunitario, desde la sensación de comunidad en la danza —las comunidades efímeras a las que alude la cita del libro Danza Afro en Chile  que ilustra este texto, retomando un concepto propuesto por Silvia Rivera Cusicanqui— hasta la conformación de redes colaborativas y autogestivas, impulsadas por el entusiasmo, el goce y la pasión, que permiten sostener y multiplicar la práctica en el tiempo, en algunos casos de forma ininterrumpida por más de 15 años, como es el caso del Centro Cultural AfricAmérica, de Concepción. Como en este último caso, muchas veces las agrupaciones siguen adelante aunque sus integrantes cambien: las/os mayores cumplen ciclos y nuevas generaciones toman el relevo, impulsadas igual que aquellas/os por la pasión por la danza y la música de raíz africana.

En línea con lo anterior, la formación de comunidades en torno a la práctica danzaria afro se refleja, frecuentemente, en la creación de colectivos, agrupaciones u organizaciones que tienen como primer objetivo ofrecer un espacio estable para bailar, formarse y, eventualmente, difundir los distintos repertorios danzarios de raíz africana mediante presentaciones, desfiles callejeros, etc. En ello resulta fundamental el entusiasmo por estar, bailar y tocar junto a otras/os, explorando danzas y ritmos que, muchas veces, encienden una pasión inexplicable en quienes las ven o escuchan por primera vez. Desde ese ímpetu, cualquier esfuerzo de autogestión, ya sea buscando espacios, organizando instancias formativas o confeccionando vestuarios, parece justificado con tal de practicar y difundir una danza que apenas tiene presencia en los espacios formales de enseñanza dancística ni en las políticas culturales del país (aunque sean, precisamente, esas políticas culturales, mediante la adjudicación de fondos concursables, las que han posibilitado diversos procesos formativos, creativos e investigativos en torno a la danza afro). Al mismo tiempo, podemos reconocer instancias de economía circular entre y al interior de muchas agrupaciones de danza afro, las que fortalecen los vínculos comunitarios a través de intercambios que muchas veces permiten solventar una parte importante de la vida diaria. Además de la autogestión y las lógicas colaborativas, el surgimiento de vínculos comunitarios en torno a la danza afro en ciudades como Valparaíso y Concepción también implica, necesariamente, la profundización de la convivencia entre las/os participantes en espacios y tiempos ajenos a la danza en sí. Muchas veces, la agrupación u organización pasa a ser una suerte de segunda familia de quienes la componen, hasta casos, como el de Ilú Lafkén, en los que la vida en comunidad y en un domicilio compartido se transforma en un objetivo por derecho propio. No es de extrañar, en este sentido, el fuerte sentido de pertenencia que comparten las/os integrantes de varias agrupaciones, incluso de algunas, como el mencionado centro cultural Ilú Lafkén, que han dejado de existir.

Al mismo tiempo, al interior de muchas agrupaciones surgen prácticas comunitarias que son percibidas como espacios de contención o, incluso, de sanación, pues además del hecho de bailar en conjunto promueven instancias para compartir experiencias, de reflexión o, simplemente, de apoyo mutuo, por ejemplo, en temas de género y crianza. En contrapartida, estas comunidades de danzantes, ya sea que se trate de una comparsa como la Conga Comparsa La Kalle o de un centro cultural como AfricAmérica y su red de colaboración, también se constituyen en instancias de protección, control social y sanción ante situaciones de violencia cotidiana y, específicamente, de género. En algunos casos son las funas informales las que determinan la exclusión de ciertas personas, y en otros es la elaboración de protocolos de acoso y abuso la que apunta a formas comunitarias y autogestionadas de proteger a las/os danzantes de formas de violencia que, lamentablemente, no son ajenas a los espacios de la danza.

Retornando la cita que ilustra este artículo, aparte de la formación de vínculos comunitarios en torno a la danza afro también resulta ineludible referirnos a las experiencias comunitarias al interior de la práctica danzaria afro. De esta forma, la posibilidad de que la danza afro funcione como un espacio de sanación no solo depende de la reflexión y la contención grupal, sino también de la experiencia de bailar en conjunto, viendo y sintiendo la presencia de lxs otrxs cuerpxs con los que se comparte el espacio danzado. Aún más si se trata de bailar en el espacio público, las “comunidades efímeras” que así se conforman hacen palpable la fuerza transformadora de la danza afro, la que hace posible nuevas y liberadas formas de ser y estar en el mundo, así como de relacionarse con una/o misma/o y con quienes la/o rodean.