Impactos territoriales

 

La danza, como práctica de los cuerpos en movimiento, es indisoluble de los territorios en los que se despliega. Ya sea en una sala de danza o en la calle, la danza nos vincula con el suelo que pisamos, con el lugar en el que nos encontramos, con el paisaje que nos rodea, visibilizando las narrativas y trayectorias históricas que se materializan en el espacio, las tensiones políticas que lo atraviesan, así como las distintas capas de presencia, experiencia y existencia que lo constituyen. En consecuencia, el territorio, la región y la ciudad son importantes puntos de partida para reflexionar sobre las particularidades locales de la práctica danzaria afro, sobre la relación de esta práctica con el espacio urbano y sobre las huellas que el movimiento de los cuerpos hace visibles en cada territorio.

Santiago no es Chile. Si bien la ciudad capital tiene una presencia gravitante y, a ratos aplastante, en los imaginarios dominantes, los caminos abiertos por la danza afro exceden largamente cualquier centralismo. Estos caminos toman rutas particulares en ciudades como Concepción y Valparaíso, con bifurcaciones y confluencias específicas, y, al mismo tiempo, tejen redes de contactos, referencias e influencias que vinculan lugares distintos y, a veces, distantes. En particular, las articulaciones organizacionales de la danza afro en las ciudades mencionadas dan cuenta de historias y circunstancias locales y singulares, ligadas a distintas condiciones de posibilidad y convergencias virtuosas de cuerpos, movimientos y voluntades, las que devienen en sustento para las redes y comunidades locales de danzantes que practican danzas de raíz africana.

Con sus diferencias y especificidades, la historia de las principales agrupaciones y organizaciones ligadas a la danza afro en Concepción  y Valparaíso, así como de algunas de sus principales cultoras, muestra vívidamente que ambas ciudades se han constituido en nodos y centros multiplicadores de prácticas danzarias de raíz africana que no dependen de su relación con la capital. Muy por el contrario, las movilidades de las/os danzantes y de las danzas trazan rutas que conectan Valparaíso y Concepción con lugares como Montevideo, Roma, Salvador de Bahía, La Habana, Chincha, Conakry o Arica, por solo nombrar algunos, sin hablar siquiera de los tránsitos e intercambios que unen a ambas ciudades entre sí. No es de extrañar, en este sentido, que el Festival África en América, realizado desde hace 15 años por el Centro Cultural AfricAmérica de Concepción, sea, a nivel nacional, uno de los eventos más longevos dedicados a las danzas y músicas de raíz africana, o que el Carnaval Mil Tambores, de Valparaíso, fuera una de las primeras plataformas, fuera de Arica, en las que se dio a conocer el tumbe de las comparsas afroariqueñas, mucho antes de hacerse conocido en todo el país.

Al mismo tiempo, Concepción y Valparaíso poseen algunas particularidades. Aunque ambas ciudades son catalogadas por las/os danzantes locales como “pequeñas” en comparación con la metrópoli santiaguina, las dinámicas territoriales y comunitarias son distintas en cada una de ellas. Mientras la escena penquista aparece como más cohesionada, con el Centro Cultural AfricAmérica como uno de los ejes articuladores de un circuito colaborativo que se reúne en torno a eventos como el Festival África en América, la precariedad del oficio parece propiciar, actualmente, una cierta dispersión de las profesoras y agrupaciones de danza afro en Valparaíso, en un entorno que favorece las búsquedas individuales y grupales en distintos repertorios diaspóricos. Todo esto sin perjuicio de los caminos abiertos en el puerto por experiencias comunitarias como la de Ilú Lafkén, o de la predominancia de lógicas organizativas sustentadas en la autogestión y la horizontalidad.

A diferencia de la capital, ni Concepción ni Valparaíso cuentan, en la actualidad, con escuelas universitarias de danza. No obstante, en ambas ciudades la presencia de universidades aparece como un factor posibilitador para la conformación de agrupaciones y para el traspaso y aprendizaje de distintos repertorios danzarios de raíz africana, ya sea por la disponibilización de espacios para la realización de talleres, muchas veces impulsados por las/os propias/os danzantes, o a través de la formación de percusionistas que proveen el necesario soporte para la práctica danzaria. De la misma forma, las movilizaciones políticas incubadas en las universidades, por ejemplo, el movimiento estudiantil de 2011, proveen un contexto en el que danzas como la conga comparsa cubana pudieron convertirse en vehículos de protesta y repertorios articuladores de la formación de comparsas que existen hasta hoy, como es el caso de la Conga Comparsa La Kalle, de Valparaíso.

En la misma línea, es necesario reconocer también el importante rol que han jugado distintos centros culturales, algunos estatales y otros autogestionados, como espacios que posibilitan la realización de talleres y procesos de formación: desde las filiales porteña y penquista de Balmaceda Arte Joven, pasando por el Centro Cultural Playa Ancha y la Ex Cárcel de Valparaíso —tanto durante su pasado autogestivo como en su actual rol de centro cultural estatal— hasta la casa en Concepción en la que funcionaba el Centro Cultural AfricAmérica en sus primeros años.

Una temática común a Concepción y Valparaíso, así como a la mayoría de las ciudades chilenas en las que se ha arraigado la danza afro, es la manera en la que esta práctica interviene y, a ratos, tensiona el espacio público urbano. Por una parte, es habitual la referencia a la dificultad de encontrar y mantener espacios para la práctica. A esto se suman los conflictos que, muchas veces, implica el toque de percusión en barrios residenciales y en contextos en los que esos sonidos son solo considerados como “ruido”. Frente a esto, muchas profesoras y gestoras/es de agrupaciones han optado por el espacio público como lugar de la práctica: parques, plazas y bandejones son lugares habituales para clases y ensayos, pues además posibilitan la autogestión o el ejercicio de la práctica pedagógica independiente de las profesoras de danza.

En conjunto con las clases y ensayos, la danza afro también se hace presente en el espacio público a través de la participación de comparsas y otras agrupaciones en carnavales, manifestaciones y otros desfiles callejeros. Como en el caso del Carnaval de los Mil Tambores, de Valparaíso, en muchas ocasiones tal presencia de la danza afro en el espacio público ofrece un primer punto de contacto y de contagio para muchas futuras danzantes que a partir de ese primer encuentro inician recorridos y búsquedas propias que las llevan a explorar distintos repertorios danzarios de raíz africana y, eventualmente, a hacer de la danza un oficio.

Finalmente, la práctica de la danza afro también ofrece nuevas formas de comprender los entramados históricos y culturales que hacen la configuración abigarrada de nuestros territorios, así como sus conexiones con otros lugares y otras historias, que también son las nuestras. Si, como desarrolla el historiador mapuche Claudio Alvarado Lincopi, en nuestras ciudades se materializan las desigualdades de poder y los relatos hegemónicos que enfatizan lo blanco y europeo, la danza afro dirige la mirada hacia las presencias negadas y a los relatos ocultos. La historia de la Laguna de los Negros, en Concepción, o la visibilización de raíces africanas en Valparaíso, son algunos ejemplos de una nueva lectura del territorio, que también involucra la atención por otras presencias silenciadas: las de los pueblos indígenas.

Por otra parte, el enraizamiento de danzas de raíz africana en distintas ciudades chilenas implica también preguntarse por los vínculos y conexiones históricas entre ciudades-puerto como Valparaíso, el Callao y La Habana, nodos de conexión de la diáspora africana, así como por la presencia afrodescendiente en el territorio nacional en términos más amplios. De esta forma, la danza afro contribuye a tensionar algunas construcciones hegemónicas del nacionalismo y el racismo, las que han impedido el reconocimiento de las raíces africanas y afrodescendientes que hoy afloran en el territorio.