Javi Oyara
Javiera Aguilera es madre, bailarina y profesora de danzas afrolatinoamericanas. También ha incursionado en la música y el canto, siempre en el ámbito de lo afrolatinoamericano. Ha construido su oficio danzante desde el estudio independiente de las danzas afroperuanas, principalmente, así como de las danzas afrocolombianas, afrocubanas y del candombe afrouruguayo. Está radicada en Concepción desde hace 5 años, territorio donde ha integrado agrupaciones como La Taruya y La Tribu Gaitera. Después de la pandemia, comenzó a dedicarse a un colectivo de danza contemporánea, “Colectivo Incorpóreas”, integrado por 7 mujeres.
Su nombre artístico es Javi Oyara. Este nombre honra a su tatarabuela materna, quien, según ha podido averiguar gracias a una médium, llegó esclavizada a Arica desde Kenia. El nombre Oyara significa diamante negro, y para Javi ha sido una decición importante usar este nombre en su vida artistica y redes sociales, ya que se relaciona con su proceso de autoreconocimiento como mujer afrodescendiente, proceso impulsado desde su inmersion en las danzas afrolatinas.
La trayectoria de Javi con las danzas nace en Santiago. Durante algunos años tomó clases de danza contemporánea en la Universidad ARCIS, donde durante el año 2011 también cursó formalmente la carrera de danza. Javi cuenta que la primera vez que la llamó un tambor fue, precisamente, en ARCIS, donde Fran Hernández estaba dando una clase de afroperuano con Cristian Barría. Como recuerda Javi, el encuentro con la danza afro generó una gran crisis en ella, dejó la carrera y una comparsa de la que participaba, y se entregó por completo a tomar talleres de danzas afro, pues lo que ella quería aprender no estaba en las aulas. A partir de 2013, Javi comenzó a tomar regularmente los talleres de Fran, además de tomar clases con Carola Reyes y Canela Astudillo, así como con profesores/as peruanos/as que venían a dar clases a Santiago.Algún tiempo después conoció a la maestra afroperuana Rosa Vargas y en 2017 hizo su primer viaje de estudio a Perú. Poco después se fue a Concepción, siguiendo a Cachi y a Cristian, donde comenzó a trabajar en su proyecto personal y comenzó a dar clases.
Las reflexiones de Javi se nutren de un hallazgo en su historia personal, vivido en 2015, cuando se enteró de que es afrochilena:
“Una tía llegó a contármelo, ahí. Viajó de la V región para contarme. Porque ella sabía, veía que yo estaba tomando clases, que me gustaba mucho, que ya no me alisaba mi pelo, que me empezaba a dejar mis rulos, como que se dió cuenta que me estaba apasionando… Y ella viajó a Santiago a contarme esta historia, porque ella también estaba muy conmocionada. En Arica, donde está mi familia por parte paterna, sabemos que allí el blanqueamiento y la chilenización fue muy fuerte, entonces hay tías mías que no lo reconocen. No reconocen, que lo ven lejano. ‘Ah, el baile de los negritos’, dicen, por el tumbe. Como que lo ven muy lejano.”
Aparte de la revelación de su tía, Javi se enteró de más antecedentes de su ascendencia africana gracias a una prima que tiene el don de canalizar y se comunicaba tanto en sueños como al bailar o al meditar con la tatarabuela de ambas, Oyara. Javi cuenta que, debido a esa inquietud, su prima fue donde una médium que se contactó con la tatarabuela, quien contó toda la historia de su llegada a Azapa a través de ella. Javi también empezó a preguntar más a su mamá por su raíz, y ha viajado regularmente a Arica para conversar con su abuela, aunque es delicado, porque es ahondar en traumas.
Después de enterarse de estas historias de su familia, a Javi le tomó unos 3 años asumirse como afrochilena. Si bien su familia es afroariqueña, piensa que ella misma no podría reconocerse como tal porque creció en Santiago y la construcción de su afrochilenidad ha sido individual, no familiar. No obstante, en las historias familiares encontró nexos que dieron sentido a su profunda inclinación por las danzas afroperuanas.
Javi se vino a Concepción porque sentía que en Santiago no se estaba acercando a lo que buscaba, pues su objetivo no era simplemente tomar clases para luego dedicarse profesionalmente a las danzas afro, sino que sentía que había algo más, y en Conce lo vive: amor por la raíz y ganas por sostenerla. Aquí todo cobró más sentido para ella. Cuando hace clases en plaza Condell, por ejemplo, y paralelamente hay ensayos de Tumbe y de Candombe, hay una relación muy orgánica entre las agrupaciones, a veces incluso sincronizan espontáneamente sus pulsos. Javi siente que en ese retumbar de tambores hay algo que la enraiza. Su dedicación a la danza afro involucra incluso el ámbito familiar, ya que su hijo acompaña sus clases que da junto a su pareja y músico acompañante, Cristian Barria.
Cuando Javiera llegó a Concepción observó que había un gran desarrollo de la cultura afroperuana, con exponentes como Gaby Vásquez o las integrantes del Colectivo Origen. Al mismo tiempo, siente que fue muy importante el trabajo que desarrolló Carola Reyes mientras estuvo viviendo allí, pues hizo muchas clases con gran cantidad de estudiantes, formó un elenco e incluso montó una obra. Después de la pandemia, luego de que Carola volviera a Santiago y otra exponente local se fuera Australia, le pidieron a Javi que diera clases y se lanzó.
En su práctica como danzante y profesora, Javi también ha percibido las conexiones corporales que posibilita la danza afro. Como comenta ella, al bailar afro se trabaja en el desbloqueo de la pelvis, en la conexión con el pecho y la mandíbula, y de esta forma se produce un desbloqueo emocional, se ven las cosas con más claridad. De la misma forma, la práctica danzaria se entrelaza con un discurso de género. Como la mayoría de las danzantes son mujeres, esa reflexión está siempre, tanto en el cotidiano como al bailar en la plaza. De esta forma, en sus clases Javi siente que se dan espacios para conversar con las alumnas, por ejemplo, sobre qué sienten al bailar con hombres tocando la música, y así ha podido trabajar en generar un espacio seguro, aunque sea mixto, una reflexión que Javi atribuye, sobre todo, al feminismo.
Según comenta Javi, el feminismo en Concepción es fuerte, y en la ciudad penquista las mujeres se han tomado los espacios para tocar o hacer música. De la misma forma, algunas deciden no habitar espacios donde hay hombres, porque hay una herida, por lo que se generan instancias exclusivas para mujeres y disidencias. Es el caso de una agrupación cuyas integrantes viven en Tomé, principalmente, la que ha realizado estudios de danzas afroperuanas solo para mujeres y disidencias, gestionando visitas de profesoras cercanas a su generación, tales como Consuelo Hernandez.
Ahora bien, para Javi la clave para la convivencia en los espacios de la danza está en el diálogo y la reflexión: “Creo que está bien que haya espacios separatistas, pero tienen que ser espacios en los que se converse”. Javi recuerda que en la época en la que Carola Reyes vivía en Concepción se realizaban asambleas y se juntaban a conversar las/os profesoras/es y referentes locales de las danzas afro, y ella quisiera retomarlas, pues “como agentes de difusión es importante decantar y estudiar. No es solo lo escénico, hay que reflexionar las prácticas”.
Entrevista realizada en el Parque Ecuador de Concepción, 8 de enero de 2023